El conocimiento sobre la cantidad de personas y su comportamiento demográfico se ha tratado de medir y registrar desde hace varios siglos. Las antiguas civilizaciones en Babilonia, Egipto, Roma o China han dejado evidencias de sus registros de población, pero es a partir del siglo XIX cuando la contabilización demográfica se realiza de forma sistemática y periódica en varios países del mundo.
Los censos de población son los instrumentos básicos para registrar datos sobre las personas y sus viviendas en un periodo determinado. Los datos censales se analizan con apoyo de las matemáticas y la estadística para caracterizar los diferentes indicadores demográficos que nos permiten conocer el estado, la estructura y la movilidad de la población. Además, con esa información se elaboran proyecciones demográficas a futuro. Desafortunadamente, en ocasiones los datos son difíciles de obtener por razones políticas (oposición al censo), culturales (analfabetismo), económicas (carencia de recursos materiales y humanos para organizarlos) o coyunturales (guerras y conflictos étnicos).
La población ha crecido a través del tiempo, pero las tasas de crecimiento difieren de un lugar a otro y de un periodo a otro. La explicación de ello obedece a múltiples causas que podemos hallar tanto en condiciones naturales como socioeconómicas del espacio geográfico terrestre.
Durante varios siglos la población mundial tuvo un crecimiento lento. Enfermedades, guerras y desastres naturales, entre otros factores, ocasionaron que la población tuviera un ritmo de crecimiento bajo. No obstante, los avances alcanzados por algunas civilizaciones antiguas y modernas favorecieron un incremento notable de la población mundial. El progreso científico y tecnológico alcanzado en algunas zonas del planeta ayudó a disminuir la mortalidad, en especial la infantil, por lo que la población incrementó su esperanza de vida y, por consiguiente, detonó un crecimiento notable de la población mundial.
El crecimiento notable de la población comenzó a incrementarse, en especial, a partir del siglo XVIII en Europa y Norteamérica y en el resto del mundo durante los siglos siguientes. Hacia 1800 se estimaba una población mundial de 1 000 millones que ascendieron a 1 500 millones en 1900. Tras la segunda guerra mundial, la población se incrementó, y en 1960 ya había 3 000 millones; en 1987 se estimaron 5 000 millones. En los primeros años del siglo XXI, la población se estimaba en 6 000 millones; si las proyecciones demográficas se mantienen, para el año 2050 habrá 10 000 millones de habitantes en la Tierra.
En tiempos recientes, la concentración de actividades, servicios y empleos, en especial en las zonas urbanas, atrajo población inmigrante que, aunada al crecimiento natural de la población residente en dichas zonas, las ha convertido en los principales concentradores demográficos mundiales. Aun cuando las guerras acontecen en diversas partes del mundo y además hay un incremento de enfermedades que no eran comunes en el pasado, las tasas de mortalidad adulta e infantil de hoy en día no se comparan con las existentes en épocas pasadas.
Desde hace algunos decenios se considera que la explosión demográfica es un tema de interés dentro de la agenda internacional. Por consiguiente, se han elaborado planes y programas tendientes a disminuir el crecimiento de la población, con los argumentos de que una población abundante limitará el acceso a recursos naturales, alimentos y una mejor calidad de vida.
Lo anterior contrasta con lugares que, por el contrario, alientan el crecimiento de su población mediante incentivos económicos o sociales para que las parejas tengan hijos, como ha sucedido en algunos países de Europa oriental. También figuran gobiernos que establecen políticas controladas para atraer población inmigrante extranjera, como sucede en Australia y Canadá.