En el transcurso de los últimos lustros el Estado nacional ha sido sometido a intensas presiones derivadas de la aplicación de medidas económicas y políticas que han menguado su capacidad de respuesta ante procesos de gran alcance, como la globalización. El Estado ha cedido algunas de sus funciones a instancias que resultan más poderosas, como las organizaciones internacionales y las empresas trasnacionales. El poder del Estado también ha disminuido por la aparición de regiones y ciudades que han limitado su función de intermediación ya descrita.
Ha perdido poder y, con él, soberanía ante el nuevo liberalismo económico, que otorga amplias facultades a las empresas trasnacionales. Éstas imponen condiciones favorables para sí mismas en aras de aumentar su competitividad al hacer crecer sus mercados y al disminuir sus costos. Los mercados financieros mundiales, que están globalizados, también imponen sus condiciones para actuar y han limitado la participación estatal en la economía a través de los procesos de privatización. Los organismos supraestatales, como la unión Europea y el MERCOSUR, con objetivos económicos y políticos determinados, también han colocado en crisis al Estado moderno.
Otro factor que ha limitado la función del Estado en el mundo actual es la aparición de las llamadas “ciudades globales”. Éstas constituyen aglomeraciones urbanas que forman una red entre sí y que concentran gran parte de la dinámica económica de los Estados en los que se insertan. Son los casos de Nueva York, París o Tokio, por mencionar sólo algunas de esas ciudades.