Este concepto refiere a un grupo de personas que poseen vínculos comunes en cuanto a origen étnico, lengua, cultura e incluso religión. Esa agrupación humana comparte el pasado –con todas sus vicisitudes– y vive el presente bajo la certeza de que forma una unidad política y enfrenta un futuro o destino común.
Si el Estado, que es un ente político, está integrado por una sociedad que presenta las afinidades mencionadas, puede hablarse de un Estado nacional en donde conviven personas que se identifican entre sí; se considera al Estado nacional como una forma acabada de organización política, dentro de un territorio delimitado por fronteras bien definidas, en el que se ejerce una voluntad popular única que se denomina soberanía.
El Estado-nación ha permitido acuñar el concepto de pertenencia a una nación y eso conlleva a la aparición de la identidad nacional, que consiste en que la nación forja una imagen de sí misma que sintetiza su condición político-territorial y se vincula con la caracterización de lo que es y lo que será.
No obstante, existen realmente pocos Estados nacionales en el mundo del siglo XXI (Japón, Portugal, Suecia, Italia y Uruguay, entre otros), lo cual implica que muchos Estados se componen de varias naciones (ex unión Soviética, ex Yugoslavia, España, Bélgica, India y Sudáfrica, por ejemplo) o, por el contrario, hay naciones que carecen de Estado, como sucede con los kurdos, los vascos, los palestinos o los kosovares. Incluso, hay Estados nacionales divididos entre dos Estados, como lo estuvieron Alemania, Yemen, Vietnam y como todavía hoy Corea. Todo ello deviene en conflictos de diverso orden que marcan el ritmo de la dinámica internacional, salpicada de enfrentamientos entre los grupos que aspiran a tener su propio territorio o que buscan expulsar del que poseen a aquellos que consideran ajenos a su identidad nacional.