Se considera que un niño es maltratado o sufre abusos cuando su salud física, seguridad o bienestar psicológico se hallan en peligro por acciones infligidas por sus padres o por las personas a quienes se ha encomendado su cuidado. En general, el abuso es un patrón de control obligatorio que una persona ejerce sobre otra, causa diversos daños y puede involucrar el descuido físico de las necesidades básicas de un niño (alimentación, vestido, atención médica, protección y supervisión). Hay diversas formas en las que se puede presentar el abuso; entre ellas están el emocional o psicológico, el físico y el sexual.
El abuso emocional o psicológico es la acción verbal o de cualquier otra índole, no física, que pueda causar daño en el funcionamiento físico, emocional, cognoscitivo o de comportamiento de un niño; puede incluir rechazo, amedrentamiento, aislamiento, explotación, degradación o actitudes que ridiculicen al niño. En cuanto a la salud, el abuso físico provoca lesiones potenciales en el cuerpo. En casos extremos puede presentarse abuso sexual, el cual se define como todo tipo de actividad sexual que involucre a un niño y a una persona mayor, considerando que el adulto experimenta satisfacción sexual sin que el niño pueda dar un consentimiento consciente. Cualquier forma de abuso, provenga de los padres o de otras personas, es deliberado y pone en peligro la vida y dignidad de un niño.
En el maltrato físico, que equivale a cualquier lesión causada al niño mediante golpes, tirones de pelo o patadas, propinados de manera intencional por un adulto, incluyendo los daños causados por castigos inapropiados o desmesurados, es difícil distinguir cuándo termina la imposición de la disciplina mediante castigos físicos "razonables" y cuándo comienza el abuso. Quien utiliza el castigo físico argumenta que lo hace como último recurso, cuando otras opciones correctivas menos expeditivas, como las explicaciones y otros castigos o amenazas menores, han demostrado su ineficacia. Se justifican porque supuestamente no tienen la intención de lesionar; sólo pretenden corregir una conducta inadecuada. Sin embargo, el castigo físico es un atentado contra la dignidad y la autoestima del niño, y puede causarle graves daños emocionales. Los niños que sufren frecuentes o graves castigos físicos tienden a reproducir actitudes violentas para conseguir sus fines o incluso sin motivación aparente. Algunos signos de maltrato físico en un niño pueden ser quemaduras, fracturas o moretones que aparecen bruscamente sin una razón convincente.
Por otro lado, el abandono y la negligencia son descuidos importantes en la tarea esencial de cubrir las necesidades básicas del niño, se trate de educación, salud, seguridad o bienestar. Se considera un abandono físico cuando se desatiende la salud del niño, se le expulsa de casa o se le deja repetidamente al cuidado de menores. Algunos signos de abandono o negligencia son ausentismo escolar, problemas visuales o dentales que no reciben atención, aspecto descuidado, niños pequeños que permanecen solos en casa, menores mal vestidos cuando la capacidad económica de los padres no es crítica. El abandono educacional se presenta cuando no se vela para que el hijo disponga de una educación y escolarización acorde a sus necesidades. El abandono puede acompañarse de maltrato emocional, una de las formas más extendidas y quizá la más tolerada socialmente: niños insultados, menospreciados o ridiculizados por los adultos, quienes deberían fomentar su autoestima y crecimiento personal. Esta violencia causa perturbaciones que influirán en la salud psíquica del niño. Las víctimas adoptan comportamientos extremos (llaman la atención, se muestran muy pasivos); comportamientos adultos de protección a otros niños; o parecen más infantiles de lo que por edad son. En ocasiones, se producen intentos de suicidio entre estos niños.
Entre enero y marzo de 2007 se reportaron 171 casos al DIF-DF de maltrato a menores de edad (desde 1 año hasta un día antes de cumplir 18 años). En 161 menores (90%) el agresor fue alguno de los padres y en los 10 restantes (10%) el agresor fue alguno de sus abuelos.
Cabe considerar maltrato a un niño cuando se presenta alguna de las siguientes circunstancias:
Un niño no sabe defenderse ante las agresiones de los adultos; experimenta miedo y mucho dolor; no pide ayuda. Esto lo sitúa en una posición vulnerable ante un adulto agresivo o negligente. Los niños maltratados sufren múltiples problemas que imposibilitan un desarrollo adecuado de su personalidad; podrían padecer déficit emocional, conductual y sociocognitivo.
Respecto al abuso sexual infantil, la mayoría se produce en el hogar. Por lo regular, el adulto que abusa es miembro de la familia o una persona allegada. El abuso sexual también puede ser cometido por un menor cuando la diferencia de edades es considerable. Los signos de abuso sexual dependen de factores como el momento de la vida del niño en que acontece la agresión, si hubo o no empleo de fuerza y amenazas, personalidad del niño y del abusador. De todos modos, es habitual que el niño que sufre abusos sexuales se niegue a realizar ejercicios físicos en la escuela, muestre conductas o conocimientos sexuales inapropiados para su edad y pretenda iniciar contactos sexuales con niños menores que él.
Los abusos sexuales parten de las agresiones físicas, la presión o el engaño de las víctimas. Influye también la edad del agresor y de la víctima: la diferencia entre un adulto y un niño impide la libertad de decisión en las relaciones sexuales, debido a que ambos son distintos mental y físicamente. La mayoría de las niñas que sufren abuso sexual tienen entre 7 y 13 años. De 60 a 80% presentan secuelas por dicha agresión. Los efectos que puede dejar una agresión sexual son los siguientes:
A largo plazo, estos efectos acentúan la ansiedad y la depresión de la víctima, según el tipo de abuso sufrido, la relación con el agresor, la edad, etcétera. La víctima de abuso en la infancia estará más predispuesta a sufrir abusos de su pareja y de otras personas.