La deshidratación es la condición que resulta de una pérdida excesiva de líquidos y electrolitos, necesarios para el adecuado funcionamiento del cuerpo. Es secundaria a la exposición a mucho calor (sobre todo si coincide con excesiva humedad), ejercicio intenso, falta de bebida, diarrea y vómito, o una combinación de estos factores.
Normalmente, la ingesta de líquido debe estar en equilibrio con las pérdidas del organismo (véase la figura 4.3).
En bebés o niños, las causas más comunes de deshidratación son el vómito y la diarrea. Ambos pueden ser causados por virus, bacterias o parásitos. La deshidratación no es un problema tan grave en adultos y adolescentes como puede serlo durante los primeros cinco años de vida, ya que el contenido de agua en el cuerpo de un bebé respecto a su peso (80%) es mayor que en un adulto (60%). De hecho, la gravedad de la deshidratación infantil se calcula de acuerdo al porcentaje de peso perdido (véase el cuadro 4.8).
Un niño que comienza a deshidratarse elimina menos orina y no produce lágrimas al llorar, pero en general se ve bien. Cuando la deshidratación es moderada, ya tiene la boca seca o pegajosa, orina muy poco y está decaído y pálido. El mayor riesgo se produce frente a una deshidratación grave, que compromete todo el organismo y requiere asistencia médica inmediata. Los síntomas característicos son aumento de la frecuencia cardiaca, estado letárgico o de confusión, ojos hundidos y presión baja (véase el cuadro 4.9). Aun antes de los primeros síntomas de deshidratación se recomienda una hidratación oportuna.