Durante su existencia intrauterina, el feto depende de la placenta para sus funciones pulmonar, hepática y renal. La placenta enlaza a la madre con el feto mediante la interacción directa de la sangre materna proveniente de los vasos uteroplacentarios con la sangre de los capilares fetales.
Conforme avanza el desarrollo del feto, la placenta atraviesa por cambios microscópicos y funcionales para proveer una mayor eficacia en el transporte e intercambio de oxígeno y nutrientes entre la madre y el feto, y, de esta forma, cumplir con los crecientes requisitos metabólicos fetales. En el primer trimestre el crecimiento de la placenta es más rápido que el del feto; sin embargo, hacia las 17 semanas de gestación el peso fetal y el placentario son casi equivalentes.
Tanto el feto como la madre contribuyen a la circulación placentaria. Ésta se divide en circulación fetal y circulación materna. En la primera, la sangre desoxigenada del feto fluye hacia la placenta a través de dos arterias umbilicales, las cuales se dividen en varias arterias coriónicas en el lugar de unión del cordón umbilical con la placenta. Las ramas más pequeñas de estas arterias entran a las vellosidades coriónicas y después forman redes de capilares para llevar la sangre fetal muy cerca de la materna. El intercambio de sustancias tiene lugar en las ramas terminales de dichas vellosidades. Normalmente, la sangre materna y la fetal no se mezclan. La sangre fetal, bien oxigenada, pasa por las venas coriónicas, que posteriormente confluyen para dar lugar a la vena umbilical, desde donde se distribuye al resto del feto. Los desechos del feto ingresan a las venas uterinas de la madre y de ahí circulan hacia el torrente sanguíneo para su eliminación (véanse las figuras 3.10 y 3.11).
La placenta tiene tres funciones principales:
a] Transporte de gases y nutrientes.
b] Metabolismo.
c] Secreción endocrina.