La demencia es un síndrome que se caracteriza por la pérdida de habilidades cognoscitivas y emocionales de suficiente severidad para interferir con el funcionamiento social, ocupacional o ambos. Es común que se asocie con el envejecimiento; de ahí que se hable de demencia senil y se haga hincapié en que a mayor edad la persona presenta mayor deterioro. Sin embargo, no todos los adultos mayores, por el simple hecho de ser ancianos, sufren demencia. Se estima que en México apenas 6% de los adultos mayores padece algún tipo de demencia. A los 65 años, alrededor de 1% de la población la presenta, estadística que se duplica cada 5 años, por lo que a los 80 cerca del 30% de los ancianos se ve afectado.
La demencia no es un diagnóstico como tal; en realidad existen más de 70 causas que ocasionan este síndrome. Puede producirse debido a procesos neurodegenerativos, como la enfermedad de Alzheimer, pero también por enfermedad vascular cerebral (demencia vascular), infecciones, deficiencias nutricionales (vitamina B1 y B12) y otras más.
La demencia degenerativa de tipo Alzheimer suele tener una evolución lenta, con un inicio poco claro, y se desarrolla en tres etapas basadas en la manifestación de los síntomas: leve, moderada y grave. Aunque no se conoce la causa del Alzheimer, es importante considerar la presencia de los siguientes factores: edad avanzada, antecedentes familiares de este tipo de demencia, baja escolaridad, enfermedad vascular cerebral, diabetes mellitus, altos niveles de colesterol en sangre, tabaquismo y obesidad. También se han identificado riesgos de un bajo coeficiente intelectual y capacidad lingüística, así como escasos lazos sociales. Cuando la demencia es de origen vascular, su aparición puede ser brusca y el deterioro paulatino.
La sintomatología más frecuente de la demencia abarca pérdida de memoria a corto plazo, desorientación en espacio y tiempo, cambios intensos de personalidad, dificultades en el razonamiento y aprendizaje, así como alteraciones del lenguaje y del comportamiento. También existe la posibilidad de que se presenten estados de confusión agudos que se conocen como delirium. En ellos, la persona es incapaz de pensar con la rapidez, claridad y coherencia acostumbradas. En la mayoría de los casos, el delirium es consecuencia de los efectos directos de una enfermedad, del consumo o sobredosis de ciertos medicamentos, la exposición a tóxicos, entre otros. El inicio suele ser brusco y su duración es variable; por lo general es breve y reversible al desaparecer o controlar la causa que lo provocó.
En la actualidad existe un gran interés en detectar problemas de memoria en la población adulta, pues existen personas que reportan olvidos que no necesariamente evolucionan a una demencia, pero que es importante identificar de manera temprana. Las demencias no pueden prevenirse, aunque sí es posible retrasar su aparición. Por eso, es recomendable que las personas adultas se mantengan activas y estimuladas mental y emocionalmente. Dedicar varias horas al día sólo a ver televisión es un ejemplo de los factores que favorecen la declinación de las funciones cognoscitivas.
De la misma manera, no existe un tratamiento curativo para las demencias, pero es posible controlarlas y retardar el deterioro. El médico está capacitado para hacer el diagnóstico diferencial y determinar el tratamiento indicado para cada paciente, pues no todas las demencias ni todos los enfermos seniles pueden tratarse de manera estandarizada. En geriatría, los médicos deben elegir de manera individual (o sea, con atención especializada para cada paciente) el tratamiento indicado. Como se explicará más adelante, los ancianos sufren de polifarmacia y sus órganos ya no funcionan de manera óptima, por lo que el fármaco y las dosis deben cuidarse de manera meticulosa. Entre más rápido se haga el diagnóstico, más oportunamente se podrá intervenir, lo que aportará beneficios para el paciente, la familia y su entorno.