¿Son las alas de los insectos, aves o murciélagos adaptaciones a un ambiente particular —el desplazamiento en el aire—? A primera vista esta pregunta resulta obvia, pues se supone que sí. Sin duda, las alas son una adaptación de los seres vivos. El problema es que para determinar si en realidad son una adaptación se debería poder compararla entre individuos de una misma población y determinar si los que no poseen alas sobreviven menos. Pero, si se piensa en una especie de ave particular, resulta que ¡todos los individuos poseen alas!
Pero, ¿qué pasaría si las alas fueran de otra forma, por ejemplo rectangulares?, o bien ¿por qué todas las alas que conocemos son de forma triangular? Ésta es una cuestión de diseño, pues muchas especies han evolucionado hacia una misma regularidad: las alas triangulares son el mejor diseño aerodinámico, de menor costo y mayor eficiencia.
Es posible imaginar las adaptaciones de los organismos como resultado de su evolución, de un proceso histórico modulado por la condiciones del ambiente. Por ejemplo, los cactos poseen una capa protectora (cutícula) impermeable que evita la pérdida de agua en las altas temperaturas del desierto, y realizan la fijación de carbono de noche, cuando los estomas permanecen abiertos (a diferencia de plantas como el frijol o el maíz, que realizan la fijación de CO2 durante el día). Pero otras plantas del desierto no siguieron la misma historia evolutiva de los cactos, ya que cada organismo tiene sus propios límites impuestos por su origen, diversidad genética, morfología y fisiología.
Además de las alas, hay muchas otras adaptaciones, como la forma que tienen los tiburones, ictiosaurios, delfines, ballenas o atunes. Todos son fusiformes (con forma de huso) a pesar de pertenecer a grupos muy distintos, lo cual indica que esa forma es funcional en el ambiente acuático, pues les permite desplazarse o resistir las corrientes.
Un aspecto sobresaliente de la evolución es el ajuste funcional de los organismos a la luz. Sin la iluminación que el Sol provee a la Tierra no se hubieran desarrollado muchas de sus adaptaciones. Las plantas poseen el mecanismo de la fotosíntesis, los humanos pueden distinguir colores, sus ojos poseen lentes y células receptoras de diferentes longitudes de onda que pueden procesar en el cerebro para formar imágenes cromáticas de lo que los rodea; los insectos captan la radiación ultravioleta que les permite percibir a sus parejas y a las flores de las que se alimentan; además, existen los organismos diurnos y nocturnos cuya actividad está regulada por patrones de luz y sombra, por el día y la noche. Si del Sol sólo se recibiera calor pero no iluminación, seguramente no hubieran evolucionado los organismos coloridos ni los órganos de visión en muchos grupos de animales.
Muchas especies cavernícolas son ciegas; ver no les serviría de nada, pues en las cavernas no hay luz. Los murciélagos, que son nocturnos, han desarrollado un mecanismo sensorial basado en la emisión y recepción de sonidos (ecolocación), que les facilita desplazarse de noche para obtener su alimento. Veinticuatro especies de peces denominados ponyfish, que habitan en las aguas profundas del océano Índico poseen un órgano que produce luz. Estos peces se mueven en profundidades que van desde los 10 hasta los 100 metros, límite hasta donde penetra la luz solar. Los órganos luminosos, que parecen lámparas, localizados en el esófago, así como sus panzas transparentes harían pensar en que los peces simplemente las usan para iluminar su vida en las profundidades. Pero aunque efectivamente la emisión de luz funciona para reconocer a los organismos de la propia especie, la evolución de su órgano lumínico ha sido interpretada como una adaptación para evitar la depredación.
Si se observa en el mar a un tiburón u otros peces, es notorio que generalmente su dorso es grisáceo azulado, de manera que si alguien está fuera del agua es muy difícil distinguirlos, pues se confunden con la coloración marina. Por su región ventral, estos peces son blancos, de manera que si alguien está dentro del agua, le será difícil observar un pez desde abajo, porque el destello de la luz que viene de arriba impide verlo. Es decir, su patrón de color corporal los oculta (los hace crípticos), tanto para atacar a otros peces como para escapar de sus enemigos. Si ahora alguien se sitúa en el mar, a más de 50 metros de profundidad, la luz solar que viene de arriba resulta sumamente débil. No es posible distinguir un pez con la tonalidad grisácea en el dorso si se ve desde arriba, pero visto desde abajo aparecería como una mancha negra y, por tanto, no escaparía de sus depredadores.
En términos generales la adaptación incrementa el éxito reproductivo de los organismos en un ambiente específico, y es resultado de la selección natural.