A través del tiempo la humanidad ha desarrollado distintas conjeturas para entender el origen de la diversidad de formas de vida que existen en el planeta. Una de ellas es el creacionismo. Según esta visión, todas las especies, incluida la humana, fueron creadas por un ser divino. Para esta concepción del mundo, que prevaleció durante toda la Edad Media hasta el siglo XIX, las especies fueron diseñadas con las características necesarias para sobrevivir en determinados ambientes y ocupaban una posición fija en la "escala natural", organizada ésta a partir de las formas más imperfectas y simples hasta las más perfectas y complejas, como los seres humanos. Inmersa en esta doctrina denominada fijismo subyacía la idea que las especies no evolucionaban.
El Siglo de las Luces fue el detonador del cambio en la manera cómo se contemplaban los fenómenos de la naturaleza hasta ese momento. Voltaire, D´Alembert y Diderot fueron algunos de los filósofos que abonaron el terreno en el que surgirían las primeras ideas transformistas. El siglo XVIII se caracterizó por el interés creciente en el mundo natural y fue el inicio de la realización de expediciones y observaciones que culminaron con el descubrimiento de una enorme variedad de formas de vida. Al mismo tiempo, se efectuaron numerosas excavaciones en diferentes lugares del mundo, lo que llevó al hallazgo de restos fósiles cuya existencia representó un problema para las ideas creacionistas, pues contravenía la doctrina fundamental de que todas las especies eran producto de la voluntad divina. A mediados del siglo XVIII, gracias a los estudios geológicos, empezó a reconocerse que la Tierra había sufrido cambios. Este hecho, junto con la aceptación cada vez más firme de que los fósiles correspondían a restos de animales que alguna vez existieron en la Tierra, llevó a algunos naturalistas a considerar que a lo largo de la historia de la vida en el planeta las especies también habían cambiado.
En Francia, Georges-Louis Leclerc, conde de Buffon (1707-1788), desarrolló una concepción transformista de la naturaleza producto de causas naturales, entre las que se encontraban, de manera sobresaliente, la influencia del clima y la alimentación. Buffon dejó de considerar a las especies como entidades creadas independientemente e insistió en la continuidad que existía entre todos los organismos. A partir de ese momento, naturalistas y filósofos desarrollaron de diversas maneras las ideas transformistas, entre ellos Erasmus Darwin (1731-1802), en Inglaterra, aunque ninguno de ellos logró concretarlas en un cuerpo de conocimientos sólidamente fundamentado.
La primera teoría estructurada que pretendía explicar el proceso por el cual las especies cambian a través del tiempo fue propuesta a principios del siglo xix por Jean-Baptiste de Monet, caballero de Lamarck (1744-1829). Este naturalista poseía grandes conocimientos de sistemática botánica y zoológica, los que constituyen la base de su concepción evolutiva. En 1800 pronunció una importante conferencia, que publicó en Sistema de animales sin vértebras, donde señaló que la evolución era la obra de la naturaleza que se valía de "infinitos recursos" para producir nuevas especies; los más importantes eran el tiempo infinito y circunstancias favorables, como la influencia del clima y la diversidad de hábitats.
El objetivo principal de Lamarck era comprender el plan seguido por la naturaleza y, por tanto, descubrir leyes naturales uniformes y constantes. En su libro más conocido, Filosofía zoológica, publicado en 1809, sostuvo que una ley de la naturaleza era producir seres vivos cada vez más complejos. De esta manera, si las leyes naturales eran responsables de la gradación entre los seres vivos, la acción del ambiente explicaba las adaptaciones especializadas. En este sentido, para Lamarck el ambiente era una parte fundamental de la naturaleza que funcionaba de acuerdo con leyes naturales y, sin embargo, en algún sentido era la antítesis de la vida. Ésta tenía el poder esencial de la naturaleza para producir seres orgánicos más complejos, y el ambiente era el responsable de las "desviaciones" de ese poder, manifestadas en los cambios adaptativos de los organismos a las condiciones del medio.
La teoría de Lamarck no tuvo mucha aceptación, a pesar de que se admitía la existencia de especies extintas, apoyada por el registro fósil; pero contribuyó de manera importante a la discusión sobre la evolución de los seres vivos. Posteriormente se consolidaron algunos conceptos básicos necesarios para el desarrollo de las ideas evolucionistas, ya que los geólogos postularon que la edad de la Tierra no estaba en el orden de miles de años, como antiguamente se creía, sino de millones de años (aunque sus cálculos no eran exactos).
En el campo de la geología prevalecían dos corrientes de pensamiento respecto de la transformación de la corteza terrestre: el catastrofismo y el uniformismo. Sus principales representantes eran Georges Cuvier (1769-1832) y Charles Lyell (1797-1875), respectivamente. El catastrofismo sostenía que en el pasado la Tierra había estado sujeta a la acción de fuerzas naturales extremas, responsables de los cambios en su configuración y de la desaparición de especies. Esta teoría sostenía que las especies se extinguían de manera masiva a causa de estos cataclismos, y algunos de sus exponentes pensaban que posteriormente eran sustituidas por creaciones nuevas.
En contraparte, el uniformismo sostenía que las fuerzas naturales que actuaron en el pasado eran esencialmente las mismas que en la actualidad, y que la fisonomía del planeta era el resultado de su acción gradual y constante.
A pesar de los avances en las ciencias naturales, a principios del siglo XIX todavía predominaba el pensamiento creacionista. Existía una corriente denominada teología natural, según la cual el orden natural reflejaba un plan divino. Se aceptaban las leyes naturales, pero supeditadas finalmente a la voluntad del creador. Algunos naturalistas explicaban las adaptaciones de los seres vivos como resultado de un diseño cuidadoso de Dios y utilizaban analogías para argumentar que cada una de las características adaptativas de los organismos reflejaba el trabajo del creador, igual que la perfección de un reloj evidenciaba la labor de un habilidoso relojero; es decir, que el diseño de los organismos requería de un diseñador.
De este modo, el ambiente intelectual predominante a mediados del siglo XIX se caracterizaba por la coexistencia de concepciones contradictorias respecto de la naturaleza de las especies y sus procesos de transformación. En este contexto surge la Teoría de la selección natural de Charles Darwin y Alfred Russel Wallace, que revoluciona no sólo la concepción sobre los seres vivos, sino también la ubicación de nuestra propia especie en la naturaleza. La especie humana dejó de ser la máxima obra de creación de Dios para convertirse en una más dentro de la gran diversidad de seres vivos en el planeta.